NADIE DIO EL PRIMER PASO
1.
El inmueble situado en la calle del Pino número 19 tenía una larga historia. Fue construido a finales del S.XIX en el barrio de la Latina de Madrid, a pocos metros del rastro.
La casa se edificó según las normas al uso en la época, con una altura de 5 pisos y una división horizontal de 4 viviendas por piso, dos con balcones a la calle y dos al patio posterior, división que se mantiene en la actualidad, con algunas alteraciones.
Debido a su estructura anticuada, con vigas de madera y una sinuosa escalera, la casa fue habitada durante décadas por familias de modesta ascendencia, cuyo nivel de ingresos guardaba una cierta proporcionalidad (inversa) con la altura del piso, pues vivir en los pisos superiores suponía una importante incomodidad que influía lógicamente en el precio de compra o alquiler.
Sin embargo, todo empezó a cambiar con la llegada del ascensor. Desde hacía unos años, en varias asambleas de vecinos, se discutía a fondo este tema y al final se acordó la colocación de una cabina pequeña, de compleja instalación, en el patio interior del edificio.
A partir de ese momento, la relación calidad precio de los pisos se invirtió rápidamente, pasando los pisos superiores, con más luz y con vistas, a adquirir un status superior a los inferiores. Empezó en ese momento el llamado proceso de gentrificación del edificio. Nuevos vecinos compraron o alquilaron en los pisos altos, a precios igualmente elevados.
Los pisos superiores, sobre todo en el cuarto y el quinto, empezaron a ser reformados para convertirse en coquetos apartamentos con las vigas de madera a vista.
Además, las buhardillas que servían de trasteros fueron recalificadas para albergar pequeños nichos habitables, adecuados para el alquiler vacacional.
2.
Pedro y Eva vivían en el 4c, un pisito de 2 habitaciones que tenían alquilado a muy buen precio.
Y este era precisamente el problema, pues los propietarios presionaban fuertemente para subir el alquiler a partir de que funcionara el ascensor.
Pedro, estudiante de filología y literatura, era aficionado a la literatura y a la ciencia ficción. Le gustaba escribir y soñaba con ser escritor.
Eva estudiaba música y también escribía en sus ratos libres, le gustaba la poesía y hacía letras para canciones. También le gustaba cantar y había empezado a ensayar en el grupo indie "los desubicados", que ya sonaba en radio 3.
Habían intentado negociar una subida razonable del alquiler, pero el propietario era inflexible. El piso, necesitado de reforma, estaba muy barato. Pagaban 600 euros por 2 habitaciones y eso era inasumible en los tiempos del alquiler turístico. Con el ascensor y una buena reforma, se podía sacar mucho más.
El caso es que, buscando en la app Materialista, encontraron un pisito similar en Carabanchel, cerca del metro de Oporto. Era una torre de antiguas viviendas sociales, con pisos pequeños pero en un estado aceptable. Y el precio era razonable, 650 al mes.
El choque se produjo al ir a verlo. Era un décimo piso, y nada más entrar se quedaron deslumbrados con la vista. Todo Madrid se extendía en el horizonte, desde el retiro hasta Moncloa, con todos los edificios conocidos recortándose contra el cielo azul.
Y a la izquierda, como a tiro de piedra, toda la sierra madrileña, desde el Escorial hasta la Cabrera.
Impresionante, no se hable más. Firmaron al momento, con todas las fianzas y garantías imaginables.
Y justo este martes era la mudanza, aprovechando que ya funcionaba el ascensor, pues bajar los trastos por la escalera hubiera sido muy complicado. Una fecha normalmente gris y aburrida, que casualmente adquiría un inusitado aire de aventura y se convertía automáticamente en histórica, como toda mudanza que se precie.
Básicamente había muchos libros y algunos muebles de ikea. Laboriosamente empezaron a embalar y a meter todo en cajas. En unas 3 horas estaba todo empaquetado y los muebles desarmados o embalados enteros.
Hubo que llegar a un acuerdo con los albañiles de las buhardillas para utilizar el ascensor en exclusiva durante el proceso de bajar las cajas, mientras otros inquilinos y la portera protestaban en el portal.
Empezaron a bajar las cajas. Se dio la circunstancia de que en algunos viajes cargaron demasiado el ascensor, y en algún momento tocaron el mecanismo de la puerta del ascensor, que quedó algo afectado. Total que, en uno de los viajes, bajando Pedro y Eva entre cajas y muebles, el ascensor se quedó bloqueado entre dos pisos.
Fueron 20 minutos inolvidables. Primero intentaron apretar todos los botones y nada, luego llamaron al botón de emergencia, simulando sufrir un ataque de histeria, para acelerar el rescate. La operadora del call center intentó calmarlos y aseguró que los de mantenimiento llegarían en 10 minutos, aunque tardaron el doble.
Durante la interminable espera... ¿que hacer? empezaron a besarse, como parece inevitable en un habitáculo tan reducido, y ya se estaban quitando la ropa cuando la máquina empezó a moverse lentamente hasta detenerse en el siguiente piso, donde apareció el rostro amable del técnico, sonriendo comprensivamente ante la embarazosa situación.
Nada más volver al piso, muertos de risa, continuaron la labor interrumpida con más ahínco si cabe.
A continuación, ya con el cigarrito, empezaron a imaginarse un relato sobre una situación crítica en un ascensor...
Claustrofobia, incertidumbre, preocupación, sensaciones inesperadas, sería realmente divertido... En seguida se pusieron manos a la obra y éste fue el resultado:
3.
Tras el habitual compás de espera
en el último piso del rascacielos,
finalmente llegó el ascensor
y todos entraron apresuradamente.
Tras algunos apretujones
las puertas se cerraron,
cada uno marcó su piso de destino
y el ascensor empezó su largo descenso.
Consultas repentinas al móvil,
como si hubiera algo urgentísimo.
Miradas al techo, caras de impaciencia,
insuficiente espacio personal.
Todos parecían estudiar
atentamente los zapatos ajenos.
Un señor calvo alzó la cabeza
hacia el panel de numeración,
enarcando las cejas con contrariedad.
El movimiento no pasó desapercibido,
provocando discretas toses.
Segundos después, una señora delgada
murmuró que había marcado el 22
y el ascensor acababa de pasar de largo.
Enseguida se oyó la voz tenue del calvo,
que ahora si se atrevía
a expresar su malestar,
pues él había marcado el 26
y tampoco había parado.
La siguiente fue una mujer joven,
quien, con voz decidida,
se unió al grupo de descontentos,
pues había marcado el 12
y ya lo habíamos pasado.
Uno de los trajeados ocupantes,
con voz tranquilizadora,
teorizó sobre un defecto en los botones,
por lo que habría que ir hasta el vestíbulo
y allí subir de nuevo.
Algunos criticaron el sistema
de manutención del edificio,
pero la mayoría iba al vestíbulo,
o sea que les daba igual,
y en realidad preferían llegar rápidamente
sin escalas en los pisos.
Casi todos desaprobaron
con monosílabos la propuesta del calvo
de apretar el botón de emergencia
para intentar reconducir el ascensor
a sus primitivos destinos.
Se produjo un breve lapsus
de expectación, 6,5,4...
en el que todos esperaban la sensación
que indicaría una parada en el Hall,
pero nada ocurría, confirmando
las teorías del fallo de manutención.
Al llegar al bajo no se sintió
el leve frenazo de la detención.
Ahora, las miradas se cruzaban
recorriendo el breve espacio que iba
de la inquietud a la preocupación.
Todo comenzó a ir realmente mal
cuando sobrepasaron el sexto
y último sótano de aparcamientos,
donde tampoco se sintió ninguna parada.
El panel de numeración emitió
un breve chasquido y comenzó
a encenderse intermitentemente
en toda su extensión.
En décimas de segundo,
la situación de deterioró con rapidez.
Los más racionales lanzaban
llamadas a la calma, sosteniendo
que había un simple fallo mecánico,
pero la sensación interna no mentía.
El ascensor no estaba parado,
continuaba descendiendo
y todos lo sabían.
Algunos se lanzaron sobre el móvil,
decididos a llamar
a todos los números de emergencia,
pero no había señal.
El ansiado frenazo llegó
22 segundos más tarde,
sin mejorar mucho las cosas,
pues no había la menor sombra
de explicación para los interminables
segundos de descenso
desde el último sótano.
No obstante, ya no eran necesarias
nuevas hipótesis, pues las puertas
se estaban abriendo lentamente.
Con cierta sensación de alivio,
todos se dispusieron
a salir cuanto antes.
Sin embargo, nadie dio el primer paso.
No había ni vestíbulo ni pasillo
al otro lado de la puerta recién abierta.
Tampoco los familiares
sótanos del aparcamiento.
Sólo una extraña perspectiva
de dos líneas paralelas de neones
que parecían unirse al fondo del corredor.
De una pared rugosa y húmeda
caían goteras hacía los charcos del suelo.
Algunos se lanzaron a apretar
frenéticamente los botones,
especialmente el de emergencia,
con la remota esperanza
de que la tecnología
les devolviese a la realidad.
Pero las luces del ascensor
se apagaron definitivamente,
dejando el mundo iluminado
por la luz blanquecina del neón.
Al fondo se acercaban luces
de linternas y voces altisonantes.
Las sensaciones de incredulidad
y miedo pugnaban por liderar
el ambiente emocional,
y ya apenas se oía ningún intento
de explicar aquella imposibilidad.
Aparecieron unos tipos uniformados,
con aspecto de policías bien equipados.
Sin demasiadas contemplaciones,
empujaron a los aterrorizados ocupantes
a través del siniestro pasillo.
Atrás, las puertas del ascensor
se cerraban suavemente
para ascender de nuevo
a la limpieza aséptica del rascacielos,
en busca tal vez de nuevas víctimas.
El pasillo desembocaba en algo
todavía más impensable.
Grandes focos proyectaban
un fantasmagórico juego de luces
sobre las húmedas paredes
de una gigantesca caverna.
Cientos de pasajeros de ascensor,
sin discriminación de género,
trabajaban duramente en la caverna,
que parecía ser una mina,
vigilados por amenazantes capataces.
Por otros pasillos similares,
contingentes de atónitos individuos,
provenientes de otros ascensores,
desembocaban en la caverna común.
En el nuevo entorno laboral,
los capataces se encargaban
de asegurar la productividad,
sacrificando, eso sí, el bienestar.
4.
El salón de actos estaba abarrotado. El alcalde tomó el micrófono y se dispuso a realizar la entrega de premios.
El premio de relato breve "Vivir del cuento" celebraba este año su XX edición. Dotado con la generosa suma de 6.000 Euros, se había convertido poco a poco en uno de los principales certámenes del panorama nacional, con un jurado formado por profesionales con reconocido prestigio y participación de escritores ya consagrados, motivados por el jugoso premio.
-Tengo el honor de anunciar que el primer premio de esta XX edición del concurso que honra a nuestra ciudad, ha sido concedido al relato "Nadie dio el primer paso", presentado bajo el pseudónimo de "tortolitos sorprendidos".
Un gran aplauso resonó en el salón mientras Pedro y Eva avanzaban sonrientes hacia el escenario. El alcalde saludó a la feliz pareja, les hizo entrega del cheque y cedió el micrófono al Eva para que dijera unas palabras.
-Bueno, pues no se que decir, les ruego me disculpen pues estoy muy emocionada y quiero darles las gracias de corazón por este prestigioso premio, que espero sea un primer paso para alcanzar nuestro sueño. Un sueño compartido, que en el fondo no es otra cosa que llegar a... Vivir del cuento.
Tras los aplausos, el conocido crítico literario Luis García, en nombre del jurado, explicó los motivos del veredicto.
-Es un relato intenso y sugestivo, con unos giros de guion que resultan sorprendentes. La narrativa en una especie de versos es realmente original, aunque sin concesiones gratuitas.
-En un formato inusualmente breve suceden muchas cosas. Lo bueno y breve... Ya saben. El relato comienza denunciando la conocida situación de gentrificación que se vive en los barrios turísticos de las grandes ciudades y todo parece indicar que nos encontramos ante una descripción convencional de un problema social bien conocido. Una denuncia del acuciante problema de la vivienda. No está mal, pero no entusiasma.
-Sin embargo, de repente nos encontramos con un giro inesperado, el cuento dentro del cuento, un recurso narrativo algo gastado, aunque soportable en este caso. Una situación imprevista y estresante se transforma de repente en un relato con toques surrealistas, no exentos de cierto humor negro.
-En el original desenlace, nos topamos con otra paradoja, donde los protagonistas ganan un premio que alivia parcialmente su precaria economía. Un premio dentro del cuento que a su vez aspira a ganar premios... De esta forma, un serio problema inicial se transforma en una ocasión creativa que a su vez se convierte en parte de la solución a la cuestión inicial.
Se escucharon algunos murmullos de desconcierto.
-Pero... ¿usted está fuera o dentro del cuento?- Preguntó alguien.
-Buena pregunta.
Fin.