El tiempo se pasa volando

 


1.

Dicen que en el avión
el tiempo se pasa volando.

Mirar por la ventanilla
y ver el mundo allá abajo

convierte a cualquiera
en ciudadano planetario,

que sabe que las fronteras
son líneas artificiales,

pero los juegos de nubes
son internacionales.






2.

Embargado por la emoción del viaje
escribía este discutible poema,
cuando llegó una bandeja
con la discutible cena.

Al acabar con el postre
volví a meterme en faena.

Buscaba en el Lonely Planet
hoteles con buenos precios
y playas maravillosas
cerca de Río de Janeiro.

El viaje a Brasil era
hacer realidad un sueño,
pero a estas horas me costaba
mantener los ojos abiertos.




3.


Pero el vecino de asiento parecía tener ganas de conversación. Y el caso es que parecía un tipo simpático, me cayó bien de entrada.

-Dicen que en el avión, el tiempo se pasa volando... -dijo, tirando de frase hecha-  No sé si voy a poder dormir en estos asientos, está uno como encajonado.

-Bueno, a mi no me molesta demasiado -respondí amablemente- ¿Que, de vacaciones?

-Bueno... En realidad voy a arreglar un asunto de herencia;  resulta que mi padre, que vivía en Brasil, me dejó unas tierras en testamento... Así que tengo que ir a ver si arreglo todo el papeleo, a ver si puedo vender aquello, en fin, un lio.

-Vaya... Lo siento, lo de tu padre...

-Bueno, la verdad es que casi no llegué a conocerle... Se fue de emigrante a Brasil siendo yo muy pequeño, pero mi madre nunca llegó a ir...  Siempre mandó dinero, eso sí... Y ahora nos hemos enterado la semana pasada, de repente, por una carta del abogado, de lo del accidente y que dejó unas tierras a mi nombre.

Se hizo el silencio. Sin duda era sólo la primera de docenas de historias y dramas humanos que aparecerían durante el viaje.

-¿Ya tienes hotel donde quedarte en Rio?- curioseó mi locuaz vecino.

- Pues sí, he reservado uno por la zona de Copabacana, tiene buena pinta, según la guía. 

- Ah yo también. El abogado me ha reservado el Hotel Galicia, que por lo visto es de unos amigos de mi difunto padre, gallegos también.   

-Hotel Galicia dices, sí, ya lo veo, está en la guía. Dice que tiene buena relación calidad precio, aunque es más caro que el mío.   Están muy cerca, en realidad, en la misma manzana. Si quieres podemos compartir  taxi y nos sale mejor. 

-Vale, estupendo. 

Se hizo un nuevo silencio, que aproveché para ponerme los auriculares y oír un poco de samba.



4.

La llegada a Rio desde la ventanilla fue una gran avanzadilla de lo que se avecinaba. Los barrios urbanos se retorcían entre extrañas colinas cubiertas de selva, entre las que salían afilados peñascos. El famoso Pan de Azúcar se divisaba con claridad, y El Cristo del Corcovado presidía el espectacular panorama. Algo grandioso a todos los efectos.

Los trámites de aeropuerto fueron más o menos rápidos, pasaporte, maletas, y pronto me encontré con mi compañero de viaje en el Hall de llegadas del aeropuerto. Salimos hacia el exterior del terminal a coger un taxi, pero lo primero que paró a nuestro lado fue una moderna furgoneta con vidrios oscuros.

Todo ocurrió en cuestión de segundos. Ya había leido cosas sobre la delincuencia en Rio de Janeiro, pero no estaba preparado para esto.

Dos hombres con gorro y gafas negras armados con pistolas salieron rápidamente de la puerta lateral de la furgoneta, nos encañonaron y nos empujaron al interior sin que pudiéramos siquiera hacernos cargo de lo que pasaba.


La furgoneta arrancó estrepitosamente y se lanzó a gran velocidad por la autopista, esquivando vertiginosamente otros vehículos.

-No armen lio y no les va a pasar nada... Dijo uno de los asaltantes, en español con acento sudamericano.

En un lapso de tiempo indeterminado la furgoneta atravesó varios túneles y se adentró en una zona que parecía rural, con mucha vegetación. En seguida entramos en lo que parecía ser una finca privada, por las puertas que se abrían, y paramos bruscamente en el jardín de la propiedad. A pocos metros de la furgoneta un helicóptero empezaba a girar hélices en ese mismo instante.

-Ahora si que van a hacer turismo... Comentó sonriente uno de los secuestradores, empujándonos rápidamente hacia el helicóptero, entre tremendas ráfagas de ruido y viento.

Visto y no visto levantamos vuelo, entre colinas cubiertas de vegetación y en pocos segundos empezamos a ver vistas aéreas de la ciudad, favelas y rascacielos, lagos, playas y montañas, una vista maravillosa, en otras circunstancias.

El helicóptero se dirigía hacia las afueras, por una zona montañosa. A través de la ventanilla los campos cultivados iban dando paso a extensiones de verde cada vez más selváticas, y un poco mas al fondo se adivinaba la silueta recortada del litoral, formando caprichosas curvas de verde y azul.

En todo el vertiginoso trayecto todavía no había podido intercambiar palabra con mi compañero de aventura. Era todo demasiado increíble para poder verbalizarse.



5.

Tras un buen rato de viaje, descendimos sobre una bonita isla tropical, rodeada de aguas turquesa. Aterrizamos en una pequeña explanada cerca de una playa, donde había un lujoso yate atracado. Al fondo se distinguía una elegante mansión y otras edificaciones. Tipos armados por todas partes.


Nos condujeron hasta la puerta de la mansión, donde nos esperaba un señor de mediana edad, de aspecto elegante y cordial. Estaba acompañado por una bella mujer de largo cabello y penetrantes ojos azules, mucho más joven que él.

-Buenos días, señores. Usted debe ser el hijo del Sr. Tomás, y usted, según me han dicho le acompaña desde Madrid.

-Si, nos conocimos en el avión, en realidad... Yo venía de vacaciones a Rio...

-Bien, ante todo, permítanme que me presente. Soy David Sanchez y esta es mi mujer, Sheila. Por aquí, por favor...

Sanchez, con un fuerte acento sudamericano, hablaba despacio y con un toque de autoridad, si bien intentaba parecer amable. Entramos con aire de falsa normalidad en el salón de la residencia.

-Les pido disculpas por las molestias, pero a veces la vida nos obliga a hacer estas maniobras un poco bruscas.

En el salón había una elegante mesa para cuatro y dos camareras iban y venían trayendo unas fuentes con comida. 

-Permítanme una pequeña muestra de hospitalidad, como compensación a tanto sobresalto...

Nos sentamos en la mesa y, siguiendo instrucciones del anfitrión, empezamos a comer algo. El pescado estaba buenísimo, la verdad....

-Les he mandado preparar unos platos típicos, que regaremos con un buen vino argentino...

Entre bocado y bocado el Sr. Sanchez va hablando con mucha calma.

-Bien, dado el carácter involuntario de su presencia en esta casa, creo que es mejor ir al grano cuanto antes. Sin que se nos atragante la comida, claro. Según creo no tenía usted muchas noticias de su padre, apenas llegó a conocerle. ¿Cierto?

-Es cierto.

-Bien. Espero que esta falta de lazos, digamos... Afectivos, nos ayude a verlo todo con mayor objetividad.

-Como sabe por la carta que le envió su abogado, su padre falleció en accidente de avioneta hace unas 3 semanas. Días antes de morir, hizo un testamento completo, que ordenó hacer público si algo le sucedía... La parte que nos interesa es que a usted, tal como le explicaba el abogado en su carta, le dejó en herencia esta propiedad, la principal de su patrimonio.

-Su padre y yo fuimos socios muchos años. Sepa usted que si bien tenía otros negocios, la mayor parte de sus beneficios se debió a nuestra sociedad de exportación de productos... típicamente andinos. Esta isla fue durante años un punto clave de distribución de estas mercancías...

-Por cierto  -continuó Sanchez- hicimos buenos negocios con algunos parientes suyos de Galicia, hasta aquella operación Nécora...  fue a partir de ahí que a su padre le entró miedo, y se le empezó a meter en la cabeza dejarlo todo, imagínense,  cancelar nuestros compromisos.

-Pueden suponer el trastorno que esto suponía, y hay metida gente muy importante en este negocio...

-hasta el final tratamos de convencerle de que no era posible parar un negocio de esta envergadura... pero tenía la cabeza muy dura el gallego... todavía le guardo cariño, ya ven.

-Legalmente la isla estaba a nombre de su padre, pero en la escritura estaba estipulado que pasaría a nombre de los otros socios si algo le ocurría al propietario. Su, digamos, accidente venía, pues, a resolver el problema... Pero entonces nos enteramos de que el viejo gallego, siempre tan precavido, había colocado la maldita cláusula en su testamento. La propiedad pasaría a nombre de su hijo en España si le ocurría algún accidente...-

Yo escuchaba todo esto asombrado, intentando hacerme cargo de las implicaciones de la increíble historia...


-Es necesario, pues, que lleguemos a un acuerdo de caballeros, donde usted ceda sus derechos a cambio de una justa indemnización... donde todos salgamos ganando, en definitiva...

-pero me gustaría discutir esto a solas con usted y con el abogado, que nos espera en mi despacho... Sheila, por favor, ¿podrías llevar a este señor a dar un paseo?


6.

Sheila, sonriente, se ofreció a enseñarme la isla, mientras allá dentro se ultimaban los detalles del acuerdo...

Mientras caminábamos por los cuidados senderos, me empezó a hablar de su aburrimiento en aquella jaula dorada, de sus ansias de aventura, de cómo había aceptado el matrimonio ventajoso con Sanchez, que la doblaba en edad... se portaba bien con ella en realidad...

Repentinamente animada, Sheila propuso llevarme a una pequeña calita que era su rincón preferido en la isla. El camino era estrecho y accidentado, entre raices de grandes árboles y enormes hojas de helechos tropicales. El suelo estaba húmedo y resbaladizo, y en varias ocasiones nos ayudamos uno a otro para no caernos, entre risas y advertencias.

La playita era una preciosa cala oculta entre grandes rocas que cumplía perfectamente mis expectativas de lo que debía ser una playa paradisíaca.

A esta hora de la tarde, el agua se llenaba de reflejos luminosos y la risa de Sheila era como una catarata de alegría mientras me echaba agua para animarme a bañarme.

No parecía haber ningún tipo de límites en su actitud... Tras unos momentos de duda y desconcierto, olvidé deliberadamente cualquier tipo de prudencia y me atreví a agarrarle la mano para entrar al agua. Enseguida empezamos a besarnos y unos minutos después estábamos haciendo el amor en las aguas cristalinas, que el sol teñía de color dorado. Fue simplemente maravilloso.

El tiempo parecía haberse parado en aquel paraíso, y yo estaba exhausto tirado en la arena, mientras el agua tibia y espumosa de las olas me acariciaba las piernas y la barriga. 

Todas las expectativas de aventura jamás imaginadas se quedaban pequeñas al lado de aquella realidad sensacional. 

En pocas horas me habían ocurrido más cosas insólitas que en el resto de mi vida, pensaba mientras escuchaba, con los ojos cerrados, el murmullo agradable de las olas barriendo la playa...




7.


La voz de Sheila parecía venir del más allá.
-Por favor, caballero...
Sheila hablaba con extraña autoridad
y con un acento perfecto.

-Oiga, por favor- Insistía,
mientras me tocaba en el hombro.
Un súbito tirón en el cuello
y abrí los ojos bruscamente.

¡Era Sheila disfrazada de azafata!

-Caballero, tiene que poner
el asiento vertical y abrocharse el cinturón,
estamos llegando a Río de Janeiro-.

Cerré los ojos otro momento
para intentar volver a las olas
pero solo había ruido de motores.

Sheila seguía muy pesada
con lo del cinturón.

Todavía medio dormido,
subí el asiento y me puse el cinto,
lo que pareció satisfacer a Sheila,
que continuó por el pasillo
en su nueva labor de azafata.

En la ventanilla se adivinaban
la silueta del Pan de Azúcar,
 Ipanema y Copacabana…