eso ya es otra historia




1.



Era  un niño pequeño y curioso
en un mundo  grande y misterioso, 
repleto de enormes  adultos,
donde era divertido jugar a cualquier cosa
con los otros niños pequeños.


Juegos cuyas reglas se inventaban,
variantes improvisadas del tenis o del futbol,
 carreras de cochecitos por toda la casa
o campeonatos de castillos de arena. 


En el cole sacaba buenas notas,

siendo acusado de empollón,
pero a quien estudiaba con entusiasmo
era a Mortadelo y Filemón.




Y el tiempo parecía detenerse 
en la playa de los veranos infantiles
verdadero paraíso terrenal
de arena, mar y bicicletas,
que oscilaba al ritmo lunar de las mareas,  
descubriendo un territorio ideal
donde el mundo salvaje de las rocas 
contaba las maravillas del mar.

Allí había pozas,  algas y pulpos,
caracolas, botellas 
y objetos cubiertos de percebes, 
cuya detallada contemplación 
exigía horas de atención 
mientras los aburridos adultos, 
tumbados bajo la sombrilla, 
vigilaban perezosamente 
oyendo a los Sirex y Nino Bravo.


Esos eternos  momentos en la playa
se repetían suave y amablemente
a través de los largos años infantiles,
funcionando como un  dulce nexo de unión 
entre la ingenuidad de la infancia 
y el vertiginoso mundo de la adolescencia, 

Pero eso ya es otra historia....




2.

Este complicado periodo juvenil
empezó con cierta tranquilidad,
cuestionando amablemente
obsoletos mensajes familiares,
entre misas con curas progres
y repetidos intentos de ligar
en discotecas donde se bailaba agarrado.

pero todo ello sucumbió con rapidez
ante el imparable frenesí de la transición.
Un auténtico torbellino de ideas y sentimientos
agitaban el espíritu rebelde de la pubertad.

Carreras, consignas, canciones, 
discos y libros censurados,
Quilapayun, Silvio Rodriguez, Paco Ibañez,
euforia por estar en la vanguardia,
indignación ante las injusticias y la opresión.

Y el tiempo parecía multiplicarse 
en aquel sano entusiasmo compartido
por un mundo más libre y más justo,
aquellas emociones desbordadas 
por la justicia y la libertad.

Era una burbuja de excitación e intensidad, 
que comenzó a desinflarse con sorprendente rapidez,
como un frágil castillo de naipes
en cuanto llegó la aburrida democracia.

Pero eso ya es otra historia....





3.





Surgieron dudas demoledoras
sobre supuestos paraísos sociales
que ahora parecían dictaduras
y sonaban sugestivas melodías 
de Bob Dylan, Yes  y Pink Floyd,
invitando al presente continuo
en viejos pisos de cuatro habitaciones
 compartidos por amigables consorcios.


Y el tiempo parecía disolverse 
en el espíritu de amor y flores,
con caóticas expediciones
a bordo de furgonetas destartaladas,
largas estancias en la Alpujarra
o en Asturias y Galicia,
financiadas mediante la artesanía
o la venta de bocatas en las fiestas.

Las buenas vibraciones 
flotaban claramente en el ambiente
en un clima de buen rollo y utopía 
en contraposición acusada
con el ridiculizado 
estilo de vida convencional,
 compendio de la mediocridad,
resumido en casarse, 
hipotecarse y ver la tele.


En medio de tanto buen rollo
algunos hablaban de establecerse
y otros pretendían ser artistas, 

pero eso ya es otra historia....











4.

Expresarse en alguno
 de los formatos disponibles
pasó a ser una prioridad insoslayable
en el mundo feliz de la movida.

Tocar el bajo, escribir relatos o poesía,
 pintar abstractos o hacer fotonovelas
eran puntos básicos de conversación.

Y el tiempo parecía diluirse 
 en conciertos de Radio Futura, 
o bailando en fiestas caseras
a Talking Heads, Pretenders o The Cure,


La idiosincrasia del futuro artista
desplazaba lentamente al entusiasmo comunitario
y a nivel inmobiliario se notaba 
un aumento de buhardillas individuales,
en detrimento de los viejos pisos compartidos.

Estaban de moda escapadas europeas
como Londres o Berlín,
que exigían nuevos recursos financieros.

Una pareja estable
parecía una solución razonable
y un buen trabajo estable
sonaba recomendable


También empezaba a haber indicios
de arroz integral y de yoga,
pero eso ya es otra historia...




5.


Con la nueva estabilidad, 
surgió poco a poco un interés 
por la música étnica o Beethoven
o una dieta vegetariana 
con prácticas de yoga o zen. 
Y uno se iba haciendo mayor.



Los viajes ahora solían ser 
 a la India o a Perú,
compartiendo las tradiciones ancestrales,
la gastronomía picante
y las filosofías profundas.


Era de buen ver

leer a Alan Watts o a Krishnamurti
ir a retiros de meditación
y de psicoterapia
en formato de fin semana
donde se alcanzaba el aburrimiento.


Pero eso ayudaba a  evolucionar,
hacia un conocimiento interior,
hacia una conciencia del testigo
que observaba los acontecimientos
al margen del espacio y del tiempo,
centrado en el aquí y ahora, 

donde el tiempo debería detenerse
en un presente de júbilo espontáneo...

Algo parecido a lo del niño 
que jugaba entre las rocas,

Pero eso ya......